Reencuentro con un recuerdo

Una mañana de diciembre en la que había sacado a pasear a su perro Cano, Roberto Pancracio se reencontró con un recuerdo. Roberto era de andar encontrando cosas todo el tiempo. Por ejemplo, había encontrado a Cano hacía algunos años, mientras estaba buscando unas llaves que se le perdieron. Sí, ya sé: un perro no se parece a un manojo de llaves, pero estaba ahí, cerca de ellas, con los ojitos tan tiernos, que a Roberto le pareció que se lo tenía que llevar con él.

Pero esa mañana no estaba buscando nada. Solo paseaba y se detenía ante cada uno de los árboles de la vereda para que Cano levantara su pata canosa y marcara un territorio que luego marcarían otros perros. El reencuentro sucedió en un jacarandá. Cano tardaba tanto en su tarea, que a Roberto se le dio por usar el tiempo en observar al jacarandá. Y, allí, entre las rugosidades de la corteza, estaba apachurrado un recuerdo. Era tan diminuto que una hormiga lo tapó cuando pasó por encima de él.

¿Qué puede hacer una persona cuando se reencuentra con un recuerdo perdido? A Roberto le habían enseñado que los recuerdos estaban en la cabeza, así que este seguramente que se le habría escapado. Entonces, tomó el pequeño recuerdo con mucha delicadeza y lo presionó contra su sien, con la idea de que regresara a su sitio. Y su recuerdo volvió a él.

¡Ah! ¡Su triciclo! En su recuerdo, Roberto tenía tres años y andaba en el triciclo verde que le había regalado su madrina. Siempre iba a pedalear a la plaza esa que quedaba en la calle… el recuerdo era tan pequeño, que Roberto no pudo recordar nada más.

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