María Galdámez Pinto enciende el aspersor y camina hacia el rosal que fue atacado por una plaga de cochinillas. Pulveriza agua jabonosa sobre tallos y hojas y luego retira los insectos a mano, con cuidado de no pincharse con las espinas. Se propuso dedicar esa tarde de jueves a hacer un poco de mantenimiento de su jardín delantero. No está preocupada por las plantas; si fuera por ella, se podrían secar todas. Solo quiere que Francisco piense que todavía está interesada en hacer cosas.
Está tan concentrada en finalizar la tarea para volver a recostarse en el sofá, que ignora que hace dieciocho segundos se detuvo frente a su casa una camioneta blanca del Departamento de Demografía. Se sobresalta al oír una voz masculina que le pregunta si es DF-8944467/0.
María forma una visera con su mano y distingue, a contraluz, la figura escuálida del agente del gobierno. Solo cuando se levanta puede verlo en detalle. A. Ruiz, dice el gafete en su uniforme.
—¿Es usted? —le pregunta el agente, con voz temblorosa.
María nota que él la reconoció. Ha visto esa mirada de sorpresa miles de veces. Le responde que sí, se saca los guantes y le ofrece su muñeca derecha para que pueda confirmar el dato. El agente le pregunta si hay alguien en la casa y ella dice que no, que su marido no volverá hasta dentro de unas horas.
Ruiz le muestra el documento oficial de notificación, membretado con las dos letras D azules. En el cuerpo del documento, figuran varios párrafos en letra muy pequeña con artículos de una ley que ella conoce de memoria. En negrita y con letra de mayor tamaño, el número de orden del sorteo: 00000000001. Será la primera persona en morir de acuerdo con la Ley Global de Mortalidad Obligatoria y Aleatoria. La camioneta la llevará hacia la instalación de cesión de vida más cercana e, inmediatamente, le aplicarán una inyección. No habrá sufrimiento.
Todas las personas deben morir, no es natural vivir para siempre. María rememora su discurso ante la Asamblea Global. En esa reunión, logró que el Movimiento Pro-Mortalidad, que ella había creado luego de terminar el doctorado, fuera escuchado por primera vez. Eso fue hace ciento cuarenta años y todavía recuerda detalles de aquel día. Vestía el traje beige que le había regalado Francisco para la ocasión. Te va a dar buena suerte, le había dicho cuando se lo dio. Ambos se rieron, siempre se hacían bromas alrededor de los conceptos de suerte, destino o casualidad.
El agente le dice que debe subir a la camioneta. Al llegar al lateral del vehículo, la puerta se abre automáticamente y una voz grabada de mujer la saluda por su nombre. El interior de la camioneta huele a lavanda. Es probable que esté inhalando alguna sustancia calmante, piensa. O, quizás, el agente me aplicó una droga de contacto a través del escáner. Sabe que el gobierno debe haber previsto varias estrategias para enfrentar a aquellos que no quieran renunciar a su inmortalidad. Cada vez son menos, pero los que quedan podrían resistirse con violencia.
A través del vidrio polarizado, ve al agente colocar un código con la notificación en la puerta de su casa. La reglamentación de la ley indica que, en caso de que la persona a morir estuviera sola al momento del retiro, no se puede comunicar con amigos o familiares. La idea es que no se demore innecesariamente el procedimiento. Tal vez esa medida se revise con el tiempo, a muchas personas le parece muy poco humana. Ruiz regresa a la camioneta. María lo supone aliviado por no tener que lidiar con una despedida incómoda.
María oye cómo se abre la puerta delantera y se enciende el vehículo. Observa su casa por última vez. Detrás del rosal, las pequeñas gotas que salen del aspersor forman un arcoíris. Se olvidó de cerrar la llave de paso del agua y tampoco programó la función de riego eficiente. Cuando Francisco regrese a las diez de la noche, como todos los jueves, encontrará el jardín encharcado. Ella imagina que él chasqueará la lengua al notar el descuido y correrá a cerrar la canilla, como si con eso pudiera resolver algo. Tal vez, la situación lo lleve a advertir que, en los últimos meses, habían vuelto las distracciones de María y que ahora eran más graves. Y se preocupará, porque seguramente tendrán que aumentar la dosis de Patmex y con más Patmex habrá más pesadillas. Sin embargo, sus preocupaciones por la salud de María desaparecerán cuando descifre el código sobre la puerta y lea la notificación.
Qué placer leerte de nuevo en los relatos fantásticos!
comienza con una escena cotidiana en la que de pronto irrumpe la ciencia ficción. Está lleno de pequeñas hilachas con las que se podría construir un gran entramado novelesco. Además tiene cuestiones ético culturales. Inmortalidad. Estado corporativo. Destino. Simetría.
Me encantó. Quiero más
Me gustaLe gusta a 1 persona
¡Gracias, Javier!
Me gustaMe gusta